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Lecturas de sabiduría: UN DÍA SOÑÉ.

Hace poco soñé que vivía en un modesto piso de 80m, sencillo y acogedor, que había decorado durante algunos años con mucho cariño y dedicación. Lo había ido llenando de muebles, vestidos, libros, fotografías, arte, trabajos, documentos y recuerdos.

Un día cualquiera alguien llamó a la puerta. Al abrirla pude ver un señor trajeado y de quien no puedo recordar su rostro. Es indiferente, supongo.

Nada más saludar, me hizo una proposición: me compraba esa vivienda por doscientos mil euros. Mucho más del valor real de ese piso, y muchísimo más de lo que podría conseguir jamás por él. Sin embargo, había una condición: debía de dejar libre el piso en 1 mes y sólo podía ocuparme yo del traslado, nadie podía ayudarme ni podría contratar a una empresa de mudanzas. Sin pensarlo demasiado, accedí.

La primera semana la dediqué a buscar una nueva vivienda para alquilar. Así que solo disponía de tres semanas para empacar y desmontar el mobiliario. Obviamente no había tiempo suficiente, así que prioricé: los armarios, estanterías, cortinas y otros elementos fijos y costosos de desmontar, se quedaban. Me llevé los trabajos y materiales profesionales, diplomas, libros, casi toda la ropa. Las lámparas, los cuadros, las fotos, al final también los pude recoger. Llegó el día de entregar las llaves al señor del traje, y sí, él también cumplió con su parte del trato.

A los pocos meses ya había terminado de moblar mi nuevo piso, ahora más amplio, con más luz y mejor ubicado. Había comprado nuevos armarios, más bonitos, más grandes, y los había llenado de bonitos vestidos. Desde luego, poco me pensaba que llamaría a mi puerta de nuevo, el señor el traje con una nueva proposición.

Esta vez no quería darme doscientos, sino quinientos mil euros por el piso.

–¿También debo de abandonarlo en un mes? ¡Tengo más cosas aquí…!- Le pregunté, ingenua.

-Esta vez va a ser sólo una semana para la entrega de llaves, también sin ayuda. ¿Accedes?-

Y accedí.

Esta vez ni siquiera me plateé buscar una vivienda nueva. Alquilé un trastero gigante y alquilé una habitación de hotel. Obviamente tenía que seguir trabajando y durmiendo, así que tenía que hacer la mudanza en pocas horas por día. Dejé muebles, electrodomésticos, lámparas, muchos de los cuadros, bastantes libros, objetos de decoración, zapatos que no había utilizado en el último año… Metí en cajas las prendas que más me gustaban, los libros más importantes, los imanes de la nevera y otros recuerdos de los viajes y las bodas, las plantas con las que pude cargar, los trabajos y proyectos (éstos fueron los primeros en venirse conmigo) y el ordenador y el disco duro.


Pasada la semana, entregué las llaves y recibí el dinero. Pasados unos meses, vivía en una adosada en las afueras de mi propiedad, con una zona comunitaria ajardinada y con piscina, con vecinos adorables y un entorno encantador. La había decorado un profesional, con muebles de marca y pinturas con firma. El vestidor estaba repleto de ropa de diseño y ordenado por colores. Tenía un despacho propio con ventanales enormes y gozaba de paz en mi hogar.

No pensaba que de nuevo aparecería el señor del traje, pero evidentemente, regresó con una nueva oferta.


Esta vez: un millón de euros. El tiempo: 3 horas. Un día no me daría para recoger ni un poquito de todas mis cosas pero 3 horas... ¡3 horas eran un respiro!. Debía decidir si conservar todo lo que tenía o prácticamente llevarme lo que me cupieran en unas pocas maletas. Y obviamente accedí.


Tras cerrar la puerta corrí al vestidor para escoger las prendas que más me gustaban y al estudio a buscar mi ordenador y mis discos duros (que estaban llenos y actualizados con todos mis trabajos, proyectos, fotografías y recuerdos). Llené otra maleta con los recuerdos del pasado y los libros que me habían cambiado la vida en su momento, y cuando cerraba las cremalleras, sonó la campana de la entrada. Justo a tiempo.


Devolví las llaves y con el dinero en mi cuenta, fui con mis dos maletas en busca de una habitación de hotel.


Pasados unos años, viviendo en una gran mansión rodeada de viñedos, jardinero y servicio incluidos, con un garaje lleno de vehículos, piscina propia y pistas de tenis y establo, ya no recordaba al hombre del traje que, evidentemente, regresó un buen día a comprar mi casa con un cheque en blanco. Allí cabían muchos ceros, más de los que alcanzara imaginar.

-¿Cuánto será esta vez, una hora? -pregunté

Me miró fijamente con una sonrisa que ocupó todo ese rostro que todavía no recuerdo.

-Esta vez, debes entregarme la casa en este mismo instante y marcharte sin nada.

Cerré los ojos y respiré. Iba en zapatillas, con un sencillo vestido. No llevaba ni el teléfono encima… Respiré de nuevo. No me iría sin nada. Me iría conmigo misma. Cogí el cheque en blanco, y sí, me marché.



Blanca White.

Inspirado en una ponencia de Raimon Samsó.

 












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